Por T. Edgar Lyon
Los cristianos del siglo XX empeñados en reconstruir la historia de los principios de la Iglesia, comprendieron claramente la gran deuda que tienen con un escritor del primer siglo de nuestra era, un médico llamado Lucas, autor del Evangelio que lleva su nombre y del libro Hechos de los Apóstoles. En realidad, ambas obras componen una historia de la fundación del cristianismo.
A pesar de lo mucho que apreciamos los escritos de Lucas, hay muchos detalles que desearíamos que él hubiera registrado de la organización de la Iglesia en los días de Jesús, ni de los oficiales que dirigían, sus correspondientes títulos, o la autoridad que tenían. Tampoco menciona el término con que se denominaba a la comunidad cristiana en Jerusalén, ni qué pensaban los judíos cristianos acerca del templo y sus alrededores, de los sacrificios diarios que ofrecían allí los sacerdotes levitas o del día sabático que guardaban los judíos. Quizás esa falta se debiera a que Teófilo, a quien están dedicadas ambas obras,* estuviera tan familiarizado con todas esas cosas que Lucas no viera ninguna necesidad de hablarle de ellas.
El progreso de la Iglesia
En el libro Hechos de los Apóstoles continúa la narración sobre la comunidad cristiana, que había quedado en suspenso al finalizar el Evangelio que él escribió. Luego de la ascensión del Señor Jesucristo desde el Monte de los Olivos, Lucas relata una reunión de los santos en Jerusalén, "como ciento veinte en número" (Hechos 1:15). Pedro había dicho que los Apóstoles tendrían que seleccionar candidatos entre los cuales se eligiera uno que llenara la vacante dejada por Judas Iscariote, y había mencionado dos condiciones que ese hombre debía poseer: Tenía que haber andado con Jesús y sus discípulos desde el bautismo del Salvador, y haber sido un testigo de la resurrección de Cristo. De acuerdo con estos requisitos, encontraron dos hombres que parecían igualmente calificados; entonces oraron al Señor pidiéndole que, por conocer El el corazón de las personas, les indicara "cuál de estos dos has escogido" (véase Hechos 1:24). Luego fueron inspirados para elegir a Matías, quien pasó a formar parte de los Doce. Es muy significativo notar la insistencia de los Apóstoles en que a Iglesia fuera guiada por el Espíritu y no por el discernimiento humano.
Después de esto, Lucas conduce a sus lectores a un emocionante acontecimiento ocurrido diez días después de la ascensión de Jesús, durante la festividad judía de la Pascua. El nos dice que en aquel día memorable, estando reunidos los judíos procedentes de diferentes provincias del Imperio Romano en un lugar que no se menciona, ocurrió en los apóstoles una milagrosa manifestación de lenguas extranjeras. Los que los oyeron se admiraban de que aquellos galileos pudieran enseñar el evangelio en idiomas desconocidos para ellos. (Véase Hechos 2:1-37.)
Luego de esa milagrosa manifestación, Pedro hizo un extraordinario resumen de la misión mesiánica de Jesucristo, testificando que era el Redentor del mundo, y que había resucitado. Los de la congregación, comprendiendo súbitamente su necesidad de arrepentirse por haber rechazado al Maestro como su Mesías, le preguntaron a Pedro cómo podrían escapar al castigo que tan justamente merecían. Este les respondió predicandoles los primeros principios del evangelio, y Lucas registró que "aquel día como tres mil personas" entraron en la Iglesia por medio de las aguas del bautismo. (Véase Hechos 2:37-42)
Como consecuencia de otro acontecimiento extraordinario, hubo más conversos que se unieron a la Iglesia. Pedro y Juan habían ido al templo "a la hora novena, la de la oración" (Hechos 3:1), y al entrar encontraron en el portal a un mendigo que pidió dinero a Pedro. Este le respondió que no tenía nada, pero le dijo: "lo que tengo te doy", y sanó al hombre, que había sido inválido de nacimiento. Este milagro, presenciado por muchas personas, atrajo a todo el pueblo "al pórtico que se llama Salomón". Allí Pedro les habló recordandoles la forma en que ellos habían rechazado a Jesús de Nazaret como su Mesías y los llamó al arrepentimiento por tan grave pecado. Lucas registra que esa prédica fue tan elocuente que "muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil". (Véase Hechos 3:11, 4:4.)
Los santos "tenían en común todas las cosas"
El entusiasmo que reinaba entre el gran número de personas que se convirtieron en ambas ocasiones y el compromiso que hicieron de llevar una vida de hermandad eran tales que, de acuerdo con las enseñanzas del evangelio acerca del interés y el cuidado que se debían los unos con los otros, deseaban compartir entre sí todo lo que poseían:
"Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno." (Hechos 2:44-45.)
"Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno." (Hechos 2:44-45.)
"Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían y traían el precio de lo vendido, "y lo ponían a los pies de los Apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hechos 4:34-35.)
En ambos casos se nos presenta el plan de cooperación económica que existía entre los santos de Jerusalén, lo cual es evidentemente una manifestación del mismo espíritu que motivó a los nefitas en el hemisferio occidental, después de la visita que les hizo el Cristo resucitado. Ese sistema duró entre ellos aproximadamente dos siglos. (Véase 4 Nefi: 27.)
La iglesia crecía tan rápidamente que los Apóstoles se vieron obligados a dedicar todo su tiempo a la adquisición y distribución de alimentos; comprendiendo que esto les impedía predicar el evangelio, que era la principal responsabilidad que habían recibido del Maestro, los Doce convocaron a los santos para explicarles que los Apóstoles no habían sido llamados para "servir a las mesas" sino para predicar la palabra de Dios, y les propusieron llamar y apartar a siete hombres que asumieran esta obligación, lo cual se hizo. (Véase Hechos 6:1-6.)
Lucas no registró qué oficio o qué título tenían estos hombres. Muchos años después, cuando los cristianos apóstatas dieron a los diáconos esta asignación, los editores y comentaristas bíblicos comenzaron a denominarlos en los subtítulos y las notas al margen como "los siete diáconos". Pero los escritos de Lucas no los mencionan por ese nombre. Es de notar que el trabajo que realizaban estos hombres al ocuparse de las necesidades temporales de los miembros era parte de la asignación que tienen actualmente los obispos. Quizás los santos de Jerusalén estuvieran organizados en siete ramas, cada una de las cuales contara con un obispo que se encargara del bienestar temporal de su congregación.
El adoptar el nuevo sistema económico de administración (la ley de consagración) fue un acto de gran fe y amor cristiano por parte de los santos. Sin embargo, finalmente causó dificultades, pues muchos de los que se unieron a a Iglesia en el día de Pentecostés deben de haber sido personas adineradas, que habían invertido su capital en propiedades o productivas empresas de negocios. Si ellos hubieran conservado sus posesiones y entregado a la comunidad cristiana las ganancias que hubieran sacado de ellas, probablemente, además de conservar sus bienes personales, habrían beneficiado a la comunidad con ingresos permanentes; en cambio, al vender sus propiedades para entregar a la Iglesia el dinero, estos santos se quedaron sin una fuente de ingresos. A medida que el número de miembros comenzó a aumentar y muchos pobres se convirtieron a la Iglesia, el capital original con el que habían contribuido los dos primeros grupos grandes de conversos aparentemente se agotó.
Diez o quince años más tarde el apóstol Pablo, mientras predicaba el evangelio en Asia Menor y Europa como misioneros entre los judíos y los gentiles, solicitó de esos cristianos donaciones para ayudar a sus hermanos de Jerusalén. (Véase 1 Corintios 16: 1-4; 2 Corintios 9:1-8.) Es obvio que ya en esa época la Iglesia había consumido todo su capital y poseía muy pocas fuentes de ingresos.
El día sabático en la Iglesia original
Puesto que las creencias cristianas superaban a las del judaísmo, no es de extrañar que los cristianos modificaran sus servicios religiosos, hasta el punto en que éstos llegaron a ser incompatibles con los que se llevaban a cabo en la sinagoga. Por ejemplo, además de adorar a Dios el Padre e interpretar las Escrituras, costumbre que era común tanto a cristianos como a judíos, los primeros añadieron cinco nuevos aspectos a sus servicios sabáticos:
1) la adoración del Cristo resucitado, que había subido a su padre;
2) el sacramento conmemorativo de la Sana Cena;
3)la asistencia de mujeres y niños;
4) el canto de "salmos ... himnos y cánticos espirituales" (Efesios 5:19) por la congregación;
5) el testimonio oral de los miembros de todo lo que habían visto y oído concerniente a Jesucristo. (Véase T. E. Lyion, Apostasy to Restoration, Course of Study for Melchizedek Priesthood Quorums, 1960, pág. 34.)
Es impreciso el momento en que la Iglesia Cristiana cambió su día de reposo del sábado de los judíos al domingo, primer día de la semana; el Nuevo Testamento no dice cuándo ocurrió. Quizás haya sido algo gradual, y no un cambio hecho por directiva de los Apóstoles en todas partes al mismo tiempo. Era natural que, al aumentar la comprensión de los santos con respecto a la Expiación y la Resurrección, pensaran que el día en que Cristo se levantó de los muertos tenía para ellos más significado e importancia que el sábado. Por otra parte, puede que hayan querido distinguirse de los judíos, especialmente después que ésos los habían echado de las sinagogas por "herejes". Otra gran posibilidad es que el cambio se debiera simplemente a que hubieran recibido un mandato directo del Señor con ese fin.
Debemos recordar que no todas las personas en aquella época disfrutaban de un día de descanso semanal. El gobierno romano había hecho una concesión a los judíos, permitiéndoles el descanso en su día sabático.
Los cristianos no pudieron gozar de este privilegio hasta que el emperador Constantino así lo decreto en el año 321 d. de J. C. y aun así sólo los que vivían en las ciudades podían hacerlo. Esto quizás explique por qué los primeros continuaron con esa costumbre de la religión judaica: en esa forma podían disfrutar del privilegio del día de reposo judío. Además de la convivencia, quizás fuera también un asunto de conciencia; si se consideraban mejores judíos que aquellos que habían rechazado a Jesús , pensarían que tenían derecho a los mismo privilegios que se les concedían a aquellos.
La asistencia de los cristianos al templo
Así como la costumbre del día sabático tuvo su influencia en el origen judío de los líderes cristianos, también la tuvieron sus ideas acerca del templo. El libro de los Hechos indica que los cristianos, tanto líderes como miembros, iban al templo en Jerusalén después de la resurrección de Cristo, igual que lo habían hecho antes de su muerte. También existe evidencias en las Escrituras de que esta costumbre continuó durante por lo menos 25 años de nuestra era. Pablo mismo fue arrestado mientras participaba en ceremonias judaicas dentro del predio del templo. (Véase Hechos 21:26-33.)
Un motivo por el cual estos cristianos continuaban visitando el templo era que se consideraban el verdadero Israel de las profecías y las Escrituras, y creían que el Mesías ya había venido; ellos eran los únicos que lo habían aceptado. Los judíos que lo habían rechazado y crucificado habían perdido así su condición de integrantes del Israel de la profecía, como así también su derecho de ser e lpueblo elegido de Dios. Los santos creían que, puesto que ellos eran quienes habían heredado las promesas de los convenios hechos por Dios con Abraham, el santuario y los terrenos que rodeaban al templo les pertenecían, con todo derecho, como su lugar de adoración. Por supuesto, los judíos que administraban el templo no iban a renunciar a él para dárselo a los seguidores del hombre a quien ellos habían rechazado; por este motivo, los cristianos tenían que contentarse con usar las partes exteriores del templo, mientras las autoridades de éste continuaban con sus ceremonias y sacrificios tradicionales, en los que los conversos ya no creían.
Otra razón por la que continuaban utilizando los terrenos del templo era la convivencia del amplio lugar que les ofrecía para las reuniones, y que cubría aproximadamente 14 hectáreas, lugar donde se congregaban multitudes de diferentes creencias y tierras para tener sus servicios religiosos, pasear y hasta para negociar. (Véase Mateo 21:12.)
Debemos recordar que los que usaban ese templo eran los judíos apóstatas que aparentemente tenían el Sacerdocio Levítico. Aunque bello y costoso, el edificio era pequeño, pues no había sido edificado para reuniones de ordenanzas, sino para simbolizar la histórica presencia de Dios en Israel. Sólo un número limitado de sacerdotes levitas podían entrar en él, mientras que a los hombres de otras tribus y a las mujeres en general les estaba absolutamente prohibido. Junto al templo de piedra estaban los cuatro para los sacerdotes, un gran salón para las reuniones del Sanedrín y las oficinas que pertenecían a los oficiales autorizados por Roma para ejerce jurisdicción sobre los judíos en todo el mundo. Estas estructuras estaban dentro de las paredes del templo, con portales que protegían el santuario de ser profanado en caso de algún tumulto. Fuera de estas paredes se encontraban lo que se llamaban las cortes. La más cercana a la pared era la Corte de los Hombres Israelitas, desde la cual los varones judíos podían observar a los sacerdotes cuando hacían sus sacrificios diarios en el elevado altar al aire libre que había al este del templo. Detrás de ésa estaba la Corte de las Mujeres Israelitas, a quienes no se permitía acercarse al templo tanto como a los hombres. Y detrás de la corte de las mujeres se encontraba la parte más grande y cercana al exterior, conocida como la Corte de los Gentiles. Esta parte estaba abierta al público.
Herodes había hecho llevar columnas de mármol de grecias para adornar el perímetro de esta corte, y las había hecho colocar en doble fila sobre tres lados de la plaza. Sobre el cuarto lado estaba el Patio Real, un peristilo** que contenía 162 columnas corintias, colocadas en cuatro filas, en forma similar a las del gran templo pagano de Carnac en Egipto. Algunas autoridades en la materia han especulado que, al igual que muchos templos griegos y romanos, este peristilo estaba cubierto con un techo de cedros del líbano para protegerlo del sol, la lluvia y algunas nevadas. Varias referencias bíblicas lo denominan el "pórtico de Salomón". (Véase Hechos 3:11; 5:12; Juan 10:23.)
La narración de Lucas indica que los santos, habiendo establecido un fondo común, no se veían obligados a trabajar diariamente, por lo que se reunían en este peristilo donde recibían instrucciones de Pedro, los otros Apóstoles y quizás también de los encargados de distribuir los alimentos. Parecería que el pórtico de Salomón hubiera tenido el mismo propósito que el foro en los edificios griegos y romanos, donde se llevaban a cabo reuniones y debates públicos. No es de extrañar que los oficiales del templo sintieran hostilidad contra estos grupos de "herejes" que habían "invadido" el gran patio del predio del templo y en él predicaban doctrinas que condenaban las acciones de los líderes judiíos y de la nación en general.
El cristianismo entre los samaritanos
Aunque los primeros grupos grandes de conversos eran judíos, la verdad universal del evangelio pronto comenzó a atraer a otras personas. El primer pueblo que se mostro receptivo al cristianismo parece haber sido el de los samaritanos. El origen de este pueblo data del siglo VIII a. de J. C., cuando los asirios se llevaron cautivos a miles de israelitas; entonces hubo tribus paganas de otras tierras, cuyos hombres se casaron con las mujeres hebreas y, a pesar de que en general aceptaron la religión de su esposa, mezclaron en ela muchas creencias de la religión de baal que profesaban. (Véase 2 Reyes 17:24-33.) Como los samaritanos aceptaban el Antiguo Testamento y muchas tradiciones orales judaicas, no se les tenía por gentiles sino por personas que habín corrompido la religión. En la época de Jesús los judíos los consideraban israelitas apóstatas.
Mateo dice que el Maestro había instruido a sus Apóstoles para que no predicaran ni a los gentiles ni a los samarianos (véase Mateo 10:5), y no hay ningún registro de que Él bauizara a nadie de esos grupos. Sin embargo, muchos samaritanos lo habíen aceptado como su Mesías; cuando Felipe, posiblemente con una asignación especial de los Doce, visitó Samaria, hizo allí muchos conversos. Pedro y Juan, enterados de su éxito, fueron también allí y le ayudaron a confirmar a los nuevos miembros de la Iglesia. El hecho de que líderes tan ortodoxos como Pedro, Juan y Felipe no vacilaran en aceptar a los samaritanos en la Iglesia indica que ellos no los consideraban gentiles.
Los primeros miembros que no eran Judíos
Siempre extendiéndose, el evangelio se esparció más allá de los integrantes de Israel. Un ejemplo de ello es la conmovedora historia de Cornelio, la cual representa la revelación dada por el Señor al Presidente de la glesia, y Su aprobación y autorización para llevar el evangelio a los gentiles.
Cornelio era un capitán del ejército romano, estacionado en Cesarea, devoto y adorador del Dios de los judíos y sumamente generoso con los pobres de este pueblo. En Hechos 10:1-2 dice que "era piadoso" ... y oraba a Dios siempre". Durante una de esas oraciones se le apareció un ángel y le dijo que enviara mensajeros a Jope, a unos 55 kilometros de alli sobre la costa, para pedir a Pedro que lo visitara.
Pedro, que había recibido una visión alegórica indicándole que había llegado el momento de empezar a predicar el evangelio a los gentiles, algunos hermanos de Jope. Cornelio le relató la visita del ángel y le pidió que diera a los de su casa el mensaje que se le había prometido. Fue tal la manifestación del Espíritu Santo en esa ocasión, que Pedro no pudo menos que reconocer que Cristo mismo abría la puerta del cristianismo a los gentiles; por lo tanto, los hizo bautizar. (Veáse Hechos 10:44-48.)
Cuando Pedro volvió a Jerusalen y relató su visión y el Espíritu Santo que se había manifestado sobre los gentiles, los cristianos judíos glorificaron al Señor diciendo: " ... ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!" (Hechos 11:18).
Aquellos fueron, entonces, los primeros gentiles que entraron en la Iglesia cristiana y que abrieron oficialmente la puera del cristianismo al mundo entero, con Pablo, el "Apóstol de los gentiles", encargado de esparcir la palabra.
Una organización en crecimiento
Los miembros de la Iglesia de nuestro siglo no deben tratar de establecer paralelos entre cada uno de los incidentes bíblicos de la Iglesia original y los que ocurren acualmente en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. En lugar de ello, podríamos comprar la primera organización de la Iglesia y el sacerdocio con la organización restaurada entre los años de 1830 y 1850; por ejemplo, las actividades del sacerdocio anes de que éste fuera organizado en quórumes. Hubo perdonas que tuvieron antes de que exisiera el Consejo de los Doce asignaciones que más arde se convirtieron en una responsabilidad apostólica.
Esto puede ayudarnos a aclarar algunos pasajes confusos, como el del hombre llamado agabo, a quien dos veces se menciona diciendo que era un profeta. (Véase Hechos 11:28; 21:10.) Quizás se tratara de un setenta o algún otro oficial de la Iglesia; no se sabe nada de él ni de su relación con los Apóstoles, pues Lucas no nos da ningún detalle. En la misma forma habla de que Felipe, quien vivía en Cesarea, enía cuatro hijas "que profeizaban" (véase Hechos 21:9), sin mencionar qué profecías hacían o en qué concepto se las tenía. Por otra parte, es evidente que la profecía de Agabo sobre el encarcelamiento de Pablo en Roma se cumplió. (Véase Hechos 21:11.) Tampoco sabemos qué posiciones ocupaban en la Iglesia estas personas; quizás se tratara simplemente de que tenían el donde de discernimiento espiritual.
Los escritos de Lucas nos dan vislumbres de una Iglesia en crecimiento y del cambio efectuado de la religión judaica a una que se extendería por todo el mundo, y de las consecuencias que traía en aquellos días el ser cristiano. Lo mismo que sucede en a actualidad, esta Iglesia era dirigida por seres humanos inspirados por el Altísimo y motivados por el ferviente testimonio que tenían de Jesucristo. Al igual que a nosotros, a ellos también se les dio el encargo de convertir en acción los principios del evangelio, fuera cual fuera el mundo que los rodeaba.
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