"A
 primera vista, tal parece que debemos confiar en el testimonio de un 
hombre (o joven) en lo que concierne a lo ocurrido en aquella arboleda 
en esa hermosa mañana de primavera de 1820. Nadie lo acompañó, ni lo vio
 internarse en la arboleda, así como probablemente nadie lo observó al 
salir. Sin embargo, debe ser evidente para el biógrafo o el historiador 
el hecho de que algo extraordinario había ocurrido. Hay tres hechos 
interesantes. 
Primero, sea lo que fuere lo que ocurrió en la 
arboleda, había cambiado la apariencia externa de José — súbitamente 
había dejado atrás la infancia para acercarse más a la edad madura. Su 
madre fue la primera en notarlo, mas fue igualmente patente para muchas 
otras personas.
Segundo, José Smith salió de la arboleda con una serie de ideas definidas que no poseía cuando entró y las cuales ciertamente no se encontraban entre las personas con quienes se asociaba ni en los pocos libros que había leído. Es cierto que sus ideas no eran nuevas. Esta idea o aquélla podrían encontrarse entre los escritos de sus contemporáneos. Cristo las enseñó 1800 años antes, mas parece contundente el hecho de que, en lo que concierne a José Smith, aquellas ideas las recibió en la arboleda del Estado de Nueva York, en esa mañana primaveral de 1820. No las tenía antes, ni las adquirió posteriormente. Empezó a declararlas a la primera persona que encontró, su madre. Una semana después, tales ideas eran del conocimiento demás de una comunidad.
En tercer lugar, había recibido un testimonio. No obstante que antes había dudado en cuanto a dónde fincar su fe — ahora la imagen de una Iglesia futura que abarcara el evangelio en su plenitud era tan real, y la existencia de Dios tan cierta, que no lo negaría.
Segundo, José Smith salió de la arboleda con una serie de ideas definidas que no poseía cuando entró y las cuales ciertamente no se encontraban entre las personas con quienes se asociaba ni en los pocos libros que había leído. Es cierto que sus ideas no eran nuevas. Esta idea o aquélla podrían encontrarse entre los escritos de sus contemporáneos. Cristo las enseñó 1800 años antes, mas parece contundente el hecho de que, en lo que concierne a José Smith, aquellas ideas las recibió en la arboleda del Estado de Nueva York, en esa mañana primaveral de 1820. No las tenía antes, ni las adquirió posteriormente. Empezó a declararlas a la primera persona que encontró, su madre. Una semana después, tales ideas eran del conocimiento demás de una comunidad.
En tercer lugar, había recibido un testimonio. No obstante que antes había dudado en cuanto a dónde fincar su fe — ahora la imagen de una Iglesia futura que abarcara el evangelio en su plenitud era tan real, y la existencia de Dios tan cierta, que no lo negaría.
La realidad de la primera visión trasciende más allá de una mera 
discusión sobre la veracidad de un joven. La verdadera prueba de su 
relato estriba en el principio que éste involucra — un principio 
espiritual. ¿Se puede orar a Dios y recibir contestación? ¿Puede 
cualquier hombre entrar a una arboleda, o a su habitación, y recibir, 
por medio de la oración, ideas nuevas que antes no poseía, 
conocimiento nuevo, que para él, si no es que para el mundo entero, 
había estado antes oculto? ¿Es una realidad la revelación e inspiración 
de Dios? ¿Puede cualquiera de nosotros pasar por tal experiencia? ¿Es la
 experiencia del joven José Smith un axioma que puede reproducirse hoy y
 el día de mañana? Si "tenemos falta de sabiduría", ¿existe alguna forma
 en que, mediante la fe requerida, podamos establecer una comunicación 
con Dios? Si la respuesta es afirmativa, Dios súbitamente se convierte 
en una realidad vital en nuestra vida, como sucedió en el caso del joven
 José Smith. . .
Cuando José Smith salió de aquella arboleda y 
dio a conocer su experiencia al mundo, Pedro, Pablo y todos los 
caudillos religiosos de todas las épocas, estaban de hecho de pie al 
lado suyo para dar fe de su relato, porque todos ellos habían 
testificado experiencias similares".
William E. Berrett
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